13 enero 2014

AQUEL HOMBRE QUE TANTOS CUENTOS SABE


El 2 de abril de 1805, en la isla de Fionia, nació el hijo de un hombre ensimismado y fantasioso, tallador de zuecos, zapatero remendón, y de una mujer que, en su infancia, mendigó por los caminos. Se habían casado dos meses antes y carecían de hogar propio .Durante muchos años vivieron con los padres de él: un viejo loco, a quien perseguía la chiquillería por las calles de Odense, y la anciana hortelana del asilo municipal.

El niño recién llegado al mundo se llamó Hans Christian Andersen.

Cuando las nubes bajan, y emerge la niebla en las aguas del Gran Belt, la isla de Fionia parece liberarse de sus ataduras y navegar, como una leyenda de litoral en litoral.
En esta isla verde, gris y blanca, cuando la primavera brotaba en los musgosos tejados y la cigüeña rehacía su nido, nació un niño que, en lugar de brazo derecho, tenía un ala de cisne.
Ninguna de las gentes entre las que le rodearon tuvo jamás noticia de semejante peculiaridad. Ni el padre, embebido en los fantasmas que el crujido del cuero despertaba bajo el ir y venir de la lezna, ni la desposeída criatura que fue su madre, ni aquel abuelo que vagaba por las calles arrastrando un despiadado cortejo de burlas infantiles; ni tan siquiera aquella anciana que plantó pálidas rosas del asilo en unos cajones de madera donde el niño imaginó, un día, el alto y subyugante jardín de Kay y Gerda. Todos aquellos que asistieron a su niñez, si bien marcaron hasta la última piel de su conciencia con el hierro candente de la humillación y la melancolía - expresidiarios, alcohólicos, criaturas a la deriva sin oficio ni techo fijo, prostitutas, hambrientos iluminados - se apercibieron, tampoco del prodigio o desdicha que le distinguía.
Solo cuando Ala de Cisne ya había muerto, comenzó a tenerse noticia de su secreto.
Aunque, en verdad, la mayoría lo ignora todavía.


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