Con
Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir el sol
una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas
de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. Puede
decirse que es una ironía de buen tiempo lo que se llama el veranillo de San
Martín. Los vetustenses no se fían de aquellos halagos de luz y calor y se
abrigan y buscan su manera peculiar de pasar la vida a nado durante la estación
odiosa que se prolonga hasta fines de Abril próximamente. Son anfibios que se
preparan a vivir debajo del agua la temporada que su destino les condena a este
elemento. Unos protestan todos los años haciéndose de nuevas y diciendo: «¡Pero
ve usted qué tiempo!». Otros, más filósofos, se consuelan pensando que a las
muchas lluvias se debe la fertilidad y hermosura del suelo. «O el cielo o el
suelo, todo no puede ser».
Ana
Ozores no era de los que se resignaban. Todos los años, al oír las campanas
doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia
nerviosa que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la
perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono,
interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces.
Aquel
año la tristeza había aparecido a la hora de siempre...
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